Análisis de ‘Un hombre llamado Otto’: una historia de soledad, suicidio y salvación
Hace unos días vi la película Un hombre llamado Otto, protagonizada por Tom Hanks y Mariana Treviño (Club de Cuervos).
La verdad sea dicha, no se trata de una obra maestra, sino de una comedia ligera, perfecta para pasar un domingo en casa.
La historia se construye alrededor de uno de los arquetipos preferidos de Hollywood para representar a los hombres: El viudo de edad avanzada, solitario y amargado, cuyo único propósito es esperar pacientemente a que su vida termine.
Ese arquetipo que retrata muy bien Up de Disney, o Gran Torino, del ya mítico Clint Eastwood. Sin embargo, hay una diferencia crucial entre esta película y otras similares, una que le da sentido a toda la historia:
Otto no está esperando a que su vida termine, está activamente buscando terminarla. Está planeando su suicidio.
Todo comienza con la soledad y el aislamiento. Otto no tiene hijos, no tiene amigos, y aunque no se aclara, al parecer tampoco tiene familiares lejanos.
Su esposa fue su única conexión social, pero una vez que ella fallece, el protagonista queda irremediablemente aislado del mundo.
Este es un fenómeno conocido. Las mujeres en comparación con los hombres son más hábiles para mantener relaciones sociales fuera del matrimonio, sea con los hijos, familiares lejanos o amigos.
Un estudio ampliamente citado de la Universidad de Chicago encontró que el 60% de los hombres de 60 años encuestados afirmaron que su esposa era su principal amistad, en comparación con solo el 30% de las mujeres de esa misma edad.
En otras palabras, la relación más intensa y profunda que un hombre tiene durante la vejez suele ser su esposa.
Y, como en el caso de Otto, una vez que esa relación se extingue, también desaparece cualquier conexión significativa con el mundo.
Esto es, claro está, especialmente complicado para aquellos viudos que tampoco tienen hijos.
Este aislamiento, por otro lado, no es propio de la vejez. Es un fenómeno cada vez más frecuente en nuestras sociedades hiperconectadas, pero paradójicamente aisladas.
En una encuesta reciente el 20% de los hombres solteros afirmó no tener amigos cercanos, mientras que más de la mitad de ellos dijo sentirse insatisfechos con el tamaño de sus grupos de amigos.
El aislamiento ha sido progresivo, pero imparable.
La psicóloga Jean Twenge señala que desde 1970 hasta el año 2000, los adolescentes pasaban en promedio dos horas al día con sus amigos. En 2019, esta cifra se se redujo a la mitad.
Twenge afirma que la generación Z (los nacidos entre 1995 y 2010) es la generación más solitaria de la historia:
“A finales de la década de 1970, el 52 por ciento de los estudiantes de 12º grado se reunían con sus amigos casi todos los días. En 2017, solo el 28 por ciento lo hizo. La caída fue especialmente pronunciada a partir de 2010.”
Lo que es peor, la evidencia indica que las personas sentimos aversión a entrar en contacto con viejos amigos.
Esto explica, en parte, por qué a medida que envejecemos, también nos encontramos progresivamente aislados:
En un estudio llamado La gente se muestra sorprendentemente reticente a acercarse a viejos amigos, donde se encuestó a más de 2,000 participantes, más del 90% afirmaron haber perdido el contacto con un viejo amigo.
Lo preocupante fue que la mayoría de estas personas informaron estar tan dispuestas a hablar con un extraño o recoger la basura como a retomar el contacto con una amistad perdida.
¿No tener amistades cercanas es tan grave como parece? Sin duda. En un artículo, Rob Henderson explica que:
“Las investigaciones realizadas durante décadas sugieren que es casi imposible ser feliz sin vínculos sociales estrechos. De hecho, la amistad representa aproximadamente el 60% de la diferencia en la felicidad entre las personas, incluso entre los introvertidos.”
Por otro lado, Richard Reeves, un autor e investigador de Estados Unidos, en una entrevista reveló que no tener amigos cercanos, o estar solo, es tan dañino para la salud como fumar 15 cigarrillos al día.
En parte, esto podría explicarse por la presencia de una molécula llamada taquicinina, que se libera en situaciones de aislamiento y estrés prolongado.
Esta sustancia nos hace sentir temerosos, agresivos, paranoicos e hipersensibles y, además, debilita nuestro sistema inmunitario.
La taquicinina, afirma el famoso podcaster y profesor de Stanford, Andrew Huberman:
«Es una especie de castigo interno que nuestro cerebro nos envía para hacernos saber que no hemos pasado suficiente tiempo haciendo cosas que disfrutamos y en compañía de personas que realmente nos agradan».
Ese es precisamente el caso de Otto, cuya única fuente de felicidad provenía de su relación con su esposa.
A lo largo de la historia, de hecho, observamos cómo él, en diferentes etapas de su vida, se aleja de amistades valiosas, incluso por las diferencias más insignificantes.
Desde un punto de vista psicológico, esto es algo que se sobreentiende:
La vida puede ser difícil. De la misma manera que experimentamos innumerables momentos de felicidad y satisfacción, también somos susceptibles de atravesar experiencias dolorosas, casi siempre en forma de traiciones, fracasos, traumas, enfermedades, accidentes, pérdidas irreparables, y más.
Pero cuando la vida golpea, hay dos cosas que nos pueden ayudar a sobrellevar la marea: los propósitos (usualmente asociado al trabajo) y las relaciones valiosas.
Nietzsche dijo “quien tiene un porqué para vivir, puede enfrentar casi cualquier cómo”, por desgracia, la mayoría de las personas no tienen un trabajo significativo y satisfactorio.
De modo que el principal aliciente que tenemos para tolerar las desgracias de la vida, es la familia nuclear, y las relaciones de amistad valiosas.
Muchas personas, cuya existencia no es fácil, confiadamente afirmarían que la única razón que los disuade de recurrir al filo de una navaja, son los hijos, la pareja o los buenos amigos que se preocupan por ellos.
Otto carecía de todas estas cosas. De hecho, en una de las escenas iniciales se nos da a entender que fue recientemente forzado a renunciar a su trabajo.
Con esto, sutilmente se nos sugiere que el protagonista perdió toda razón para vivir.
Sin familia, sin esposa, sin amigos, sin propósitos, y con una filosofía de vida marcadamente nihilista, incluso parece comprensible que Otto decidiera intentar múltiples veces poner punto final a su vida.
En una nota personal, como esposo y padre de dos, esto es algo que he ponderado una y otra vez.
Me siento bendecido por mi trabajo, pero sé que si todo se derrumbara, mi familia sería suficiente razón para levantarme y seguir adelante.
No sé, por otro lado, qué haría si lo opuesto sucediera. Me aterroriza considerarlo.
Pero sé con certeza que si tuviera que elegir, preferiría perder todo mil veces antes que perder alguien de mi familia.
Quizá por esa razón, me inclino a pensar que para la vasta mayoría de la humanidad, la familia y las relaciones nos mantienen protegidos de las desgracias, mucho más que cualquier propósito.
Pero regresando al punto central. ¿Qué dice la evidencia? ¿La desconexión social es realmente un factor de riesgo en el suicidio? Todo apunta a que sí.
En el 2023, la especialista en suicidio, Susanna Bennett, organizó un panel compuesto por 10 expertos académicos y clínicos para determinar las áreas prioritarias de investigación en torno al suicidio entre hombres.
El 98% de los expertos concordaron en que la «soledad y el aislamiento» son los factores en los que se debería centrar la investigación acerca de este fenómeno.
En un estudio diferente, en el que la Doctora Bennett analizó docenas de estudios acerca del suicidio masculino publicados a lo largo de 2 décadas, encontró que:
“En el 23% de los estudios, el aislamiento social abrumador, la soledad y la falta de pertenencia y conexión significativa se asociaron con impulsores próximos de conductas suicidas.”
Y en el “46% de los estudios, los hombres que intentaron suicidarse describieron una profunda soledad y aislamiento.”
Estos son dos de los testimonios que se recogen en la investigación:
“Un brasileño que intentó suicidarse describió: “Mi familia me abandonó poco a poco, o mejor dicho, yo los abandoné y me quedé solo… y muchas veces me deprimía, tomaba, consumía drogas y tenía muchas ganas de terminar con esto, poner fin a todo el sufrimiento en que se había convertido mi vida.”
De manera similar, un hombre canadiense comentó:
“No estoy contribuyendo a la vida de nadie más. Puedo pasar meses y años sin hablar con familiares, entonces ya sabes, si estoy aquí o no, ¿qué más da…?”
Particularmente el segundo testimonio me pareció asombrosamente similar a la experiencia de Otto.
Vale la pena mencionar que, aunque la soledad y el aislamiento son factores de riesgo importantes en el suicidio, rara vez son la única causa por la que un hombre se quita la vida.
Aunque en el caso de Otto ese parezca el caso, en realidad, casi siempre existe una confluencia de factores que contribuyen en diferente medida a la conducta suicida.
Estas son otras condiciones usualmente asociadas con la conducta suicida en hombres:
Dependencia de sustancias.
Estado civil (no estar casado, ser soltero, divorciado o viudo).
Tener un diagnóstico de depresión.
Desempleo y/o tener un salario bajo.
Como puedes ver, Otto reúne varios factores de riesgo importantes: era viudo, estaba aislado y no tenía empleo.
Además, debido a su actitud hostil y amargada con los demás, podríamos argumentar que también padecía alguna forma de depresión.
Y aún con todo, Otto no consigue suicidarse, primero por el azar, después porque una familia se acerca a él, y a pesar de los desencuentros iniciales, comienzan a estrechar lazos.
A través de esas nuevas relaciones, y una serie de eventos que se desarrollan en la película, Otto parece encontrar pequeños propósitos en la vida, que lo persuaden de abandonar sus intentos de suicidio.
Es interesante, porque en el estudio de la doctora Bennet, formar y fortalecer las relaciones interpersonales se menciona como uno de los tres factores más importantes en la “protección” de los hombres con conducta suicida.
“En el 32% de los estudios, los hombres hablaron sobre la importancia de profundizar las conexiones con personas significativas y/o desarrollar nuevas relaciones valiosas. El fortalecimiento de estos lazos parecía darles a los hombres un propósito e incrementar su deseo de vivir. Estas conexiones frecuentemente eran la familia, así como amigos, parejas, compañeros, maestros y la fe.”
Este testimonio de un hombre sueco que intentó quitarse la vida ilustra muy bien la importancia protectora de las relaciones sociales:
“He aprendido que tengo grandes necesidades sociales y que es más fácil sobrellevar las cosas si tienes amigos y familiares”.
Al final, Un hombre llamado Otto es una película ligera y agradable, diseñada para pasar un domingo y quedarse con una buena sensación.
Dudo que se convierta en una obra que trascienda. Seguramente tampoco figurará entre los papeles más importantes de Tom Hanks.
Sin embargo, aunque carece de la profundidad de los buenos filmes, me pareció acertada en su manera de abordar el suicidio masculino.
Acierta al presentar la desconexión social como factor de riesgo suicida y en el valor de estrechar y mantener relaciones significativas como factor de protección contra él.
Sin duda, es una buena manera de educar a la gente en torno a un fenómeno crucial, que desgraciadamente no recibe la atención que merece:
El hecho de que alrededor del 80% de los suicidios en el mundo ocurren en la población masculina.
Por otro lado, también revela la importancia de superar una contradicción cultural que permea nuestras sociedades y que está poniendo en mayor riesgo a los varones con conductas suicidas.
La norma cultural de que los hombres deben resolver sus problemas en solitario y de manera autosuficiente, a pesar de que haya abundante evidencia que indica que los varones necesitan mantener relaciones profundas y valiosas para preservar y fortalecer su salud mental.
Estas normas, sin darnos cuenta, dificultan el hecho de que los hombres se acerquen a otros cuando enfrentan problemas estructurales y psicológicos.
A la inversa, también obstaculiza que los demás se acerquen a los hombres para tenderles la mano cuando más ayuda necesitan.
Una cosa más: espero que este artículo haya despertado en ti las ganas de retomar el contacto con un viejo amigo.
Un simple “hola, ¿cómo has estado?” podría hacer toda la diferencia para él y para ti.
Uno nunca sabe las vueltas que da la vida.