Hablemos de Masculinidad Tóxica
Un concepto que define todo y nada a la vez, y que causa más daños que beneficios.
¿Existe la masculinidad tóxica? Hoy en día, este concepto está tan ampliamente difundido que ya ni siquiera vale la pena cuestionar su existencia. Existe porque se ha infiltrado prácticamente en cada rincón concebible de la sociedad: en la política, en la cultura popular, e incluso en los sectores especializados.
Existe porque ahora es parte común del discurso popular. Lo que no está tan claro, sin embargo, es qué significa exactamente:
La masculinidad tóxica se refiere a toda una “constelación” de rasgos y comportamientos que parecen abarcar todo y nada a la vez: competitividad, agresión, violencia, homofobia, machismo, “invulnerabilidad” emocional.
Peor aún, se ha empleado para explicar los más dispares desafíos de la sociedad moderna:
Se le ha responsabilizado de los conflictos entre pandillas, el racismo, el exceso de consumo de carne, no usar mascarilla durante la pandemia, del suicidio masculino, el alcoholismo y la drogadicción.
En otras palabras, se emplea a diestra y siniestra para explicar todo aquello que a la sociedad no le gusta de los hombres, o para diagnosticar cualquier desafío que enfrenta la humanidad hoy.
Hoy, Aa cualquier hombre se le puede diagnosticar con esta enfermedad, una especie de virus que habita en él por el mero hecho de ser hombre. Una forma de pecado original con la que vino al mundo, y que ha de extirpar o, cuando menos, sublimar.
¿Eres muy competitivo? Eres tóxico; ¿no eres capaz de mostrarte vulnerable? Eres tóxico; ¿sientes afición por los riesgos? Eres tóxico; ¿tienes la loca ocurrencia de desear formar una familia en cuya estructura tú seas el proveedor? Por increíble que suene, hay a quienes esto les parece tóxico.
La masculinidad tóxica en estos días se ha relacionado con tantas cosas que no es exagerado decir que todos los hombres son tóxicos ante los ojos de alguna persona.
Resulta absurdo cuestionar si la masculinidad tóxica existe o no, porque, por desgracia, lo hace, está bien instalada en el imaginario colectivo. Quizá resulte más conveniente preguntarnos:
¿Ayuda a resolver algún problema? ¿Es apropiado emplear este concepto tan a la ligera? ¿Es aceptable que solo exista la ‘masculinidad tóxica’ y no la ‘feminidad tóxica’ u ‘homosexualidad tóxica’?
Opino que no. Opino que el término masculinidad tóxica es un concepto tóxico, que produce más daños que beneficios. Debería dejar de usarse, pues socava las ideas que tenemos acerca de la masculinidad.
Y es que hoy, para muchos hombres jóvenes, la masculinidad se parece más a un germen que no desean tener cerca o con el que puedan estar relacionados.
En 2018, el Centro de Investigación Pew condujo un pequeño estudio en el que examinó las percepciones de las personas sobre los términos masculino y femenino, y cómo estos se aplican a hombres y mujeres.
«Cada encuestado pensaba que “masculino” era un término negativo cuando se aplicaba a mujeres. Eso no es sorprendente —señaló el investigador Richard Reeves—. Lo impactante fue que la mayoría de las personas, cuatro de cada cinco, pensaban que el término “masculino” era negativo cuando se aplicaba a los hombres. Este hallazgo es consistente con otras encuestas que muestran que la mitad de los hombres, de todas las razas, piensan que la sociedad castiga a los hombres solo por actuar como hombres».
Que un segmento creciente de hombres considere que una parte inherente de su personalidad no es deseable, es grave, por decir lo menos. A pesar de que hoy existen grupos proclamando que el género es fluido, o algo completamente prescindible, la evidencia muestra que tanto hombres como mujeres están bastante apegados a su identidad sexual.
Como Reeves señaló:
«Para la mayoría de las personas, incluidos la mayoría de los hombres y mujeres trans, nuestra identidad de género es un elemento clave de nuestra persona, la expresión más visible de nuestra dignidad como seres humanos».
De hecho, alrededor del 90 % de las personas se definen como “totalmente” o “mayoritariamente” masculinos o femeninos. Y casi la mitad de los hombres (43%) señalan que su sexo es “muy significativo” para su identidad.
La masculinidad es parte intrínseca de la experiencia de ser varón, pero al mismo tiempo -hoy- es algo indeseable, porque en sus entrañas mismas reside algo potencialmente peligroso y tóxico. Poco a poco, esta retórica retorcida continúa produciendo sus efectos:
En 2018, una encuesta reveló que la sociedad del Reino Unido ahora tiene una visión negativa de la palabra “masculinidad”. De acuerdo con los resultados del estudio, en el que se encuestó a 2,058 adultos, muy pocos ciudadanos asocian la masculinidad con rasgos positivos como el cuidado y la amabilidad (3%), el respeto (1%), la honestidad (1%) y el apoyo (1%).
El término masculinidad tóxica resulta especialmente perjudicial para un segmento de hombres que de por sí enfrentan problemas estructurales de manera desproprocionada: los varones que pertenecen a los estratos medios y bajos de la sociedad:
¿Cuáles son las características normalmente asociadas con la masculinidad tóxica? Dominación, negación de la vulnerabilidad, la afición por el riesgo y la propensión a la violencia y la agresión.
¿Cuáles son los sectores de la población en los que los varones jóvenes expresan más abiertamente su agresividad? ¿Qué sectores de la población son más propensos a proyectar dureza frente a los demás? ¿En qué estrato social es más rampante la violencia y el crimen?
Así es, en los sectores más deprimidos económicamente, justo en esos donde la educación, la seguridad alimentaria y médica no son del todo accesibles y universales.
Es paradójico que los hombres con mayor riesgo de ser etiquetados como tóxicos, sean aquellos que enfrentan las condiciones estructurales más deplorables. En otras palabras, aquellos que más necesitan ayuda son precisamente a quienes más se les demoniza.
Al representar la incapacidad de algunos hombres para regular sus problemas de ira, agresión y vulnerabilidad como manifestaciones de los aspectos tóxicos de su masculinidad, reducimos un problema estructural al plano personal, en el que los varones son exclusivamente responsables de su comportamiento, en lugar de entenderlos en un contexto más amplio como resultado de las condiciones materiales en las que suelen crecer.
Pongámoslo de esta manera: ¿sería razonable responsabilizar a un niño, criado en un ambiente familiar disfuncional y un entorno social desfavorable, por desarrollar problemas de agresividad y baja regulación emocional en la adolescencia y más adelante, en su juventud?
No, sería profundamente injusto y, sin embargo, rutinariamente lo hacemos al retratarlos como “tóxicos” e “inadecuados”.
Por otro lado, como la profesora de leyes Heidi Matthews señaló:
La idea popular de que la masculinidad tóxica puede prevenirse y curarse instruyendo a niños y jóvenes sobre formas aceptables o saludables de masculinidad es una simplificación inútil. Transfiere a los individuos la responsabilidad de contrarrestar los problemas reales de distribución de riqueza y poder que se encuentran en el corazón de la inequidad de género.
Atribuir a la masculinidad tóxica problemas como la violencia, el crimen, las adicciones o incluso el suicidio, en lugar de a fallas sistémicas de la sociedad, es peligroso y complaciente.
Bajo este enfoque, el Estado puede ignorar su responsabilidad en los problemas estructurales subyacentes que los propician, como el desempleo, la inseguridad, y otros fenómenos complejos como el narcotráfico y el crimen organizado.
Al adoptar el enfoque de la masculinidad tóxica como causa y efecto de los males sociales contemporáneos, dejamos de ejercer la responsabilidad cívica que los ciudadanos tenemos de supervisar a nuestros gobiernos y empresas y, en cambio, trasladamos la presión de nuestros discursos hacia algunos de los estratos sociales más vulnerables.
Mientras nos enfocamos en señalar el acoso, la agresión, la invulnerabilidad emocional, y la afición por el riesgo, como rasgos propios de la masculinidad tóxica, los comportamientos verdaderamente destructivos a menudo son exhibidos por personas educadas, refinadas y sofisticadas. Individuos que, por lo general, ostentan más poder político y económico.
En la política internacional, Joe Biden, el actual presidente de los Estados Unidos, un hombre decadente, y Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, son dos figuras que encarnan perfectamente algunos de los peores atributos de la naturaleza humana y, sin embargo, no es común que se les coloque la etiqueta de hombres tóxicos.
Por otro lado, a Jacqui Smith, exministra del Interior del Reino Unido, quien se ganó el odio popular por poner los ojos en blanco en señal de fastidio cuando se le cuestionó por su responsabilidad en la muerte de al menos un millón de iraquíes, tampoco se le ha señalado por su feminidad tóxica.
Los comportamientos verdaderamente patológicos y siniestros son exhibidos por personajes de las élites, pero de momento la retórica popular está exclusivamente centrada en reforzar el escrutinio y la disciplina hacia los varones de la clase trabajadora, a quienes se les exige encarnar formas “más saludables de masculinidad”.
Ante una retórica que diluye la responsabilidad del Estado y la centra desproporcionadamente en los hombres y su educación, no es sorprendente que la clase política, cuando menos en América Latina, adopte y fomente gustosa este discurso.
El término “masculinidad tóxica” se debería replantear, mejor aún, se debería eliminar, porque es confuso e impreciso, porque desvía la atención de los problemas urgentes, porque solapa a algunos hombres mientras demoniza a otros.
Es un enfoque reduccionista que no ayuda a las mujeres a señalar con precisión el origen de los problemas que las afectan, menos aún a solucionarlos, sin embargo, resulta especialmente nocivo para toda una generación de hombres jóvenes, que encuentran poco conveniente admitir y abrazar su propia masculinidad.