La Crisis Silenciosa del Suicidio Masculino
Los hombres mueren por suicidio más que las mujeres y los sistemas de salud no atienden el fenómeno de manera certera.
David se quitó la vida en junio de 2023. Se colgó en su cuarto, con una cuerda. No dejó una nota, ni se despidió de nadie. David vivía solo, no tenía pareja, familia, o amigos. Estaba desempleado y era adicto a un disolvente de pintura. Prefirió suicidarse a continuar una existencia cuyo futuro no auguraba nada prometedor.
La historia de David no es inusual. Cada año, alrededor del mundo, unas 720,000 personas se suicidan; 525 mil de esos casos ocurren entre la población masculina. La Organización Panamericana de la Salud reportó que aunque el suicidio ha disminuido en el mundo, en América Latina ha aumentado.
De hecho, LATAM exhibe los índices más altos de todo el continente. Para ponerlo en perspectiva, consideremos que la tasa en los Estados Unidos es de 10 decesos por cada 100,000 personas y la de Europa es de 15.4.
La de Guyana, por otro lado, es de 40.3; la de Surinam, 22; y la de Uruguay, 20.3. De hecho, Guyana tiene la segunda tasa más elevada de todo el planeta y Surinam, la octava. Los datos son alarmantes y, cuando analizamos las cifras, lo son aún más: los varones se quitan la vida entre 3 y 5 veces más que las mujeres.
¿Por qué ocurre este fenómeno y qué podemos hacer al respecto? Aunque históricamente la tasa de suicidio ha sido más alta entre los hombres, ningún país ha destinado los recursos para entender las causas de tal disparidad. Por lo tanto, aunque es difícil responder a esta pregunta con certeza, podemos ofrecer algunas aproximaciones.
Antes de continuar, encuentro necesario abordar la explicación del suicidio masculino que predomina en el discurso popular: la reticencia de los hombres a mostrarse vulnerables. De acuerdo a esta postura, los varones se quitan la vida porque se niegan a reconocer sus problemas y a expresar sus emociones.
Sin embargo, esta caracterización resulta peligrosa y simplista; además de tratarse de un análisis superficial, la retórica de la vulnerabilidad masculina carece de empatía y compasión.
Decirle a un hombre a punto de matarse que su problema es su resistencia a hablar y a expresar sus emociones, minimiza las dificultades que él percibe como tangibles y opresivas, como la soledad, el desempleo, y las adicciones. Se trata de una manera sutil de culpar al suicidia de su propia muerte pues sugiere que de haberse atrevido a hablar, continuaría vivo.
Sin embargo, ahí donde la sociedad parece tener certezas, los expertos se muestran dubitativos. Un metaanálisis de 2017 acerca del poder predictivo de los factores de riesgo de suicidio encontró que nuestra habilidad para predecir el suicidio es solo un poco mejor que el azar después de más de 50 años de investigación.
Esto se debe a que el suicidio es sumamente complejo. Una persona rara vez se suicida por un sólo factor, generalmente existe una confluencia de causas que contribuyen en diferente medida a la conducta suicida.
Entre los factores de riesgo más notorios están:
Soledad y aislamiento.
Dependencia de sustancias.
Estado civil (divorciado, viudo, soltero).
Tener depresión.
Dificultades económicas.
No existen, por lo tanto, soluciones únicas: cada individuo demanda tratamientos específicos. Sin embargo, la alternativa profesional enfrenta dos problemas a resolver antes de constituir una solución verdadera: la disponibilidad y la preparación de los especialistas.
El problema de la disponibilidad es evidente: No hay un solo país de la región que cuente con un sistema de salud lo suficientemente robusto como para abordar el problema del suicidio masculino.
La especialista en suicido masculino, Susanna Bennett, publicó un estudio (2023) acerca de las barreras que enfrentan los hombres suicidas, al acceder a ayuda profesional.
Los resultados revelaron que el 20% de los hombres no recurre a ella debido a sus costos prohibitivos. El 7% no lo hace porque los servicios son inaccesibles: están saturados, no hay opciones en la localidad o la jornada laboral es incompatible con los horarios de atención.
”En mi país, este tipo de ayuda es difícil de conseguir, una buena aún más, y si no tienes dinero, cortarte la arteria es una solución barata y efectiva“, comentó un entrevistado de Brasil.
El segundo problema es la preparación de especialistas. Bennet señala que "La motivación de los hombres para buscar apoyo fue significativamente socavada por experiencias negativas con los servicios profesionales". El 15% de los encuestados manifestó haber tenido una variedad de encuentros insatisfactorios con estos servicios. La mayoría consideró que la ayuda fue ineficaz. Para otro grupo, la terapia ofreció alivio temporal, pero no en el largo plazo. Incluso, algunos denunciaron actitudes “anti-masculinas” por parte de los especialistas.
“Todos los terapeutas con los que hablé me dijeron que actuara como hombre, que madurara, o se burlaron de mí. Considero que la profesión de la psicoterapia está rota,” expresó un austriaco de 40 años.
Sin embargo, en los gobiernos latinoamericanos, la salud mental está lejos de ser una prioridad. En México, donde el suicidio entre hombres ha aumentado un 111% en las últimas dos décadas, el gasto público en salud mental es notablemente bajo. Aunque organismos internacionales recomiendan que el estado destine al menos el 5% de su presupuesto a este ámbito, entre 2016 y 2023 el gobierno asignó apenas entre el 1.3% y el 1.6%.
Esta realidad podría servir de referencia para entender la situación en América Latina. En general, hay insuficiencias en términos de infraestructura, tecnología, especialistas y políticas públicas adecuadas.
Por otro lado, los modelos de ayuda disponibles necesitan importantes revisiones, comenzando por averiguar por qué estos pueden no resultar efectivos para muchos hombres. En ese sentido, en el Reino Unido se encontró que de 1,516 hombres entre 40 y 54 años que se quitaron la vida, el 82% estaban recibiendo ayuda profesional, y muchos fueron diagnosticados como casos de bajo riesgo.
En parte, esto se debe a una incapacidad para reconocer el estrés emocional en algunos hombres. Se ha señalado que muchos varones con tendencias suicidas suelen mostrarse herméticos o agresivos al ser cuestionados sobre su estado mental. Otros, en cambio, carecen de las habilidades necesarias para expresar su dolor o lo manifiestan con una intensidad que no refleja la profundidad de su sufrimiento.
Esto apunta a que podría existir un sesgo en la percepción de la expresión emocional entre algunos profesionales. En un experimento se le solicitó a 99 terapeutas que analizaran un video en el que participaron una pareja de actores.
A la mitad de los profesionales se les mostró una versión de la entrevista en la que la mujer desempeñaba un rol expresivo, mostrando emociones, y el hombre un rol neutro; a la otra mitad se le mostró una variación del video en la cual se intercambiaron los papeles.
Los terapeutas calificaron a las mujeres como más expresivas, aun cuando ambos hacían lo mismo. Los investigadores concluyeron que el género podría haber influido en las evaluaciones empíricas que los terapeutas hacen del comportamiento de sus clientes.
Un fenómeno similar ocurre con la depresión. Michael Addis señaló que la depresión masculina suele subreportarse porque muchos hombres no presentan los síntomas típicos de esta condición; en cambio, la expresan a través de irritabilidad, aislamiento y comportamientos riesgosos o violentos. Aunque la Depresión Masculina aún no es ampliamente aceptada como diagnóstico, hay cada vez más consenso acerca de su validez clínica.
Esto sugiere que, en lugar de limitarnos a exhortar a los hombres a mostrarse vulnerables y hablar de sus problemas, como ocurre en el discurso público actual, sería mejor preparar a profesionales sensibles ante las formas en que los hombres tienden a expresar su angustia. Tal como el Psicólogo Martin Seager afirmó:
No les pidas a los hombres que se abran. Abrámonos nosotros a ellos.
Por otro lado, si aceptamos que los hombres son menos afines a articular verbalmente sus emociones, la terapia hablada no debería ser la única opción disponible. Un artículo de La Sociedad Británica de Psicología sugiere que los enfoques orientados a la resolución de problemas, podrían ser más atractivos para los hombres. Así mismo, debido a que la desconexión social es un factor de riesgo notable en el suicidio masculino, las terapias grupales podrían ser de enorme ayuda.
Para los varones incapaces de costearse un tratamiento terapéutico, un fenómeno penosamente común en Latinoamérica, las alternativas digitales son prometedoras. Tales soluciones incluyen programas de psicoeducación que ofrecen herramientas para gestionar comportamientos suicidas. Estas modalidades, además de ser de bajo costo, resultan particularmente útiles para hombres que valoran su autonomía y privacidad.
Por último, necesitamos cambiar nuestro discurso y abandonar la retórica simplista que retrata a los hombres como tóxicos y privilegiados. Una narrativa que, de acuerdo a la Doctora Bennett, estaría causando que algunos hombres con comportamientos suicidas, perciban hostilidad e indiferencia hacia su sufrimiento, dificultando aún más la búsqueda de ayuda.
Este sentimiento se recoge de manera conmovedora en el testimonio de un hombre adulto que ha contemplado el suicidio desde los 13 años:
"… Siento más desesperanza a medida que envejezco, y hay menos personas preocupadas por mí ahora que soy adulto. ¿A qué edad decide la sociedad que un niño, digno de amor, cuidado y protección, se convierte en un hombre que ya no merece nada de eso?"
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