Feliz Día del Hombre… Dijo Nunca Nadie
Otro año sin que este día reciba la importancia que merece. ¿Será esta omisión una señal de que no vale la pena celebrar a los hombres ni reconocer los desafíos que enfrentan en la sociedad?
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Google, como todos los años desde el 2009, le dedicó la ilustración central de su buscador a las mujeres.
Este Doodle -explican en su sitio web- del Día Internacional de la Mujer destaca a un grupo de mujeres que comparten sabiduría a través de las generaciones dentro de una colcha bordada con símbolos del progreso logrado a lo largo de los años.
Asimismo, la mayoría de los medios dedicaron artículos y ensayos en los que honraron los logros de las mujeres, y los desafíos que aún enfrentan.
Por supuesto, no solo los medios cubrieron el evento: organizaciones humanitarias, artistas, políticos, empresarios y empresas también se sumaron puntualmente a la celebración.
En contraste, este 19 de noviembre se celebró el Día Internacional del Hombre; sin embargo, el evento apenas se mencionó.
Google no personalizó su buscador, y nunca lo ha hecho en este día. Eso sí, vale la pena notar que han celebrado banalidades como el Día del Flat White (una bebida basada en el café), el cumpleaños número 92 de la cantante de rancheras Lola Beltrán y las Elecciones Municipales de Israel de 2024 (aun cuando justo en ese momento ese país se encontraba cometiendo el mayor genocidio en la historia moderna en contra de la nación palestina), pero de los hombres, nada.
Pero no se sorprenda, querido lector: abogar por los hombres en estos días es una empresa peligrosa, una pésima estrategia publicitaria, un suicidio político o intelectual; y en el plano personal, representa la nada desdeñable posibilidad de ser catalogado de machista, o de hombre de masculinidad frágil.
¿De qué forma, si no, uno podría explicarse que una empresa encuentre conveniente destacar las elecciones de un país genocida, pero le parezca peligroso celebrar el día de, básicamente, la mitad de la humanidad?
¿Qué nos revela esta disparidad de titulares, acerca de los desafíos que experimentan hombres y mujeres? ¿Es la abundancia de menciones en un lado y la escasez en otro un reflejo de que aún hay muchas cuestiones por resolver en el lado de las mujeres, mientras que entre los hombres no hay casi nada?
Uno estaría tentado a creer que así es, pero en realidad, me inclino a pensar que todo el barullo que se monta el Día Internacional de la Mujer es un síntoma de que los medios y los poderes fácticos encontraron un tema candente que pueden aprovechar para maximizar su influencia y ganancias.
Aunque parezca todo buenas intenciones, no perdamos de vista el ya conocido hecho de que la principal preocupación de los medios y las empresas no es el bienestar humano, sino la maximización de sus ganancias.
Así funcionan los medios, recogen el sentimiento público y lo sostienen tanto como pueden, si eso se traduce en dinero.
«Los medios no solo modelan —escribió Daniel Kahneman, Nobel de Economía— sino que son modelados por lo que interesa al público. Sus editores no pueden ignorar las demandas del público, que quiere que determinados asuntos y puntos de vista reciban una amplia cobertura».
No obstante, hay algo insidioso en todo esto. Si bien la disponibilidad de titulares de un tópico no refleja la gravedad real de ese problema, sí influye en cómo ese tema es percibido:
Si los medios de comunicación, los políticos y otras figuras públicas hablan de eso de manera insistente, se intuye que es algo importante. En contraste, si el tema apenas se toca, sugiere irrelevancia.
Y eso nos trae a la penosa situación actual:
La creencia de que las mujeres enfrentan numerosos desafíos —lo cual es cierto— mientras que los hombres apenas tienen problemas, o peor aún, que, dada la disponibilidad de información negativa, se haya divulgado la perniciosa idea de que los varones viven en el privilegio.
Ese, en mi opinión, es uno de los grandes desafíos de los hombres en la actualidad: no solo no se habla de sus dificultades —que se encuentran en casi todos los ámbitos—, sino que se habla de la masculinidad, y por extensión de los hombres, en el sentido negativo.
De momento, pareciera que el gran problema del hombre moderno es ser hombre y ninguno otro.
En los medios apenas se habla de que hasta el 80 % de las muertes globales por suicidio son de hombres; de que en los últimos 30 años, los hombres han tenido peor desempeño que las mujeres en prácticamente todos los niveles educativos; que hasta el 80 % de las víctimas de homicidio son hombres; que el 85 % de las personas sin hogar son varones; que la esperanza de vida masculina es menor que la femenina en todos los países de América Latina, y a eso le sigue un largo etcétera.
El discurso público en torno al hombre, en cambio, está saturado de conceptos como:
Masculinidad frágil, masculinidad tóxica, hipermasculinidad, masculinidad hegemónica, privilegio masculino, y toda una curiosa colección de palabras en los que a la palabra hombre o masculinidad se le añade un adjetivo calificativo poco halagador.
El feminismo y algunos grupos identitarios han sido formidables al comunicar sus desventajas, mientras que los hombres no estamos haciendo casi nada, y sin embargo no es poco lo que está en juego, porque a través de esta inacción se da pie a que otros grupos moldeen la identidad masculina con sus propios discursos.
Y esto no es cualquier cosa, porque en esas narrativas el hombre tiende a ser retratado como villano.
En palabras simples: hay un grave problema de relaciones públicas. Un problema que parece irrelevante, pero no lo es. No lo es porque vivimos en la era de las políticas de identidad, en donde todos los grupos sociales compiten por el poder político y económico.
Vivimos en una era en la que la identidad es un recurso clave para negociar la representatividad en la esfera pública. Y lo que eso conlleva: atención mediática, recursos asignados, políticas públicas favorables y más.
¿Exagero al decir esto? ¿Entre más prominencia y cobertura mediática tenga un grupo, es más probable que sea atendido por la clase política? Ese parece ser el caso.
En su libro Pensar rápido, pensar despacio, Kahneman, explica un fenómeno llamado «cascada de disponibilidad», que está estrechamente relacionado con una distorsión cognitiva llamada «sesgo de disponibilidad». Ambos influyen en cómo los gobiernos distribuyen el gasto público.
El sesgo de disponibilidad se basa en la idea de que la información que recordamos con mayor facilidad tiene un impacto desproporcionado en cómo tomamos decisiones y percibimos la realidad. Esta facilidad para recordar ciertos hechos puede deberse a diversas razones, como nuestras experiencias personales y la cobertura mediática.
Este fenómeno es algo que podemos reconocer intuitivamente: cuando recordamos fácilmente eventos que además vienen cargados de emoción, es probable que sobrestimemos la frecuencia con la que ocurren situaciones similares o les atribuyamos más importancia de la que realmente tienen.
Por otro lado, la cascada de disponibilidad consiste en intensificar el sesgo de disponibilidad a través de un incesante flujo de información en torno a un mismo asunto. Esta sobrecarga de información crea unos efectos en la sociedad que pueden influir en cómo la clase política toma decisiones.
La cascada de disponibilidad comienza con la amplificación mediática de ciertos eventos y, a través de esa amplificación, se extiende hasta la generación de pánico colectivo y la intervención gubernamental a gran escala.
Esta dinámica tiende a provocar reacciones emocionales intensas en la audiencia, lo que a su vez perpetúa un ciclo de cobertura mediática que aviva aún más la preocupación y el temor.
«El peligro va exagerándose —explica Kahneman— cuando los medios compiten con titulares que llaman la atención. Los científicos y otros grupos que intentan hacer perder el miedo y el horror crecientes atraen poca atención de la sociedad, que casi siempre se muestra hostil: quien diga que el peligro ha sido exagerado será sospechoso de estar vinculado con esas “abyectas maniobras”. El asunto adquiere importancia política por estar en la mente de todo el mundo, y la respuesta del sistema político está guiada por la intensidad del sentimiento público. La cascada de disponibilidad ha redefinido ahora las prioridades».
En el contexto de la guerra de las políticas de identidad que libramos hoy en día, la cosa iría más o menos así:
Todo comienza con la aparición de una noticia —con frecuencia, un crimen— que perjudica a un grupo social. Esa minoría asume el evento como un acto de odio hacia su grupo, y toma los espacios públicos y virtuales para manifestarse por el agravio.
Los medios de comunicación captan el interés en torno a este evento y, para capitalizarlo, impulsan la cascada con mas cobertura.
La sociedad reacciona a este empuje de disponibilidad, pero con el creciente interés, se suman activistas, fundaciones y otras figuras influyentes de la cultura, lo que termina dándole a todo el asunto una envergadura mayor.
Si esta dinámica se sostiene a lo largo del tiempo, se multiplica la probabilidad de que la clase política, en parte por la búsqueda de justicia y en parte para afianzar su reputación, termine impulsando políticas públicas en favor de esas minorías.
Las cascadas de disponibilidad tienen sus beneficios —asignar recursos para proteger a grupos vulnerables, es obviamente positivo—, pero a veces causan daños colaterales. Y en el contexto de esta guerra de identidades, uno de los efectos negativos es que, mientras muchos de los grupos que se perciben como oprimidos en general mejoran sus condiciones; el grupo percibido como opresor —los hombres— parece ir en franco declive en una multitud de dimensiones, sin que nadie lo note o, aún peor, se atreva a hacer algo al respecto.
Por supuesto, no intento decir que las minorías y las mujeres no padezcan injusticias. A pesar de los avances conseguidos, la violencia en su contra, aún es una realidad presente y lacerante. Como escribió Michael Shermer:
El racismo y la misoginia, aunque están en declive desde hace décadas, aún pueden encontrarse en demasiados lugares de nuestra sociedad, pero estas realidades no deben ser interpretadas como tendencias inversas, como si estuviéramos retrocediendo hacia el despojo de derechos de las mujeres o a un retorno a los linchamientos de negros.
No niego las dificultades de nadie; lo que planteo es que los hombres —también— enfrentan múltiples desafíos. Dificultades que no parecen evidentes porque la figura masculina es a menudo retratada como la causa de los problemas de los demás colectivos.
Encuentro formidable que las cascadas de disponibilidad contribuyan al progreso de numerosos grupos identitarios. No sugiero que los grupos feministas o la comunidad LGBTQIA+ dejen de manifestarse cuando ocurren atropellos en su contra.
Por desgracia, habitamos naciones cuyos gobiernos no acostumbran a mover un dedo hasta que son arrinconados por la presión pública.
Mi propuesta es bastante sencilla: sugiero que los hombres reconozcan los desafíos que enfrentan y encuentren formas de visibilizar las complejidades que supone ser hombre en unos tiempos vertiginosos que no paran de cambiar.
Quizá nos animemos a entablar el diálogo si entendemos que en esta loca era de las políticas identitarias, la identidad de los hombres es una más, y su conceptualización no puede quedar a la deriva, arriesgándose a ser moldeada por la narrativa de otros grupos.
E incluso si nos resulta difícil hablar por nosotros mismos, a causa de esa asfixiante norma cultural que exige de los hombres estoicismo ante sus problemas, podemos hablar por otros hombres (niños, adolescentes, adultos y ancianos) que viven relegados y abandonados por un sistema que parece ciego a sus dificultades.
Dificultades como la adicción a las drogas, al alcohol, el desempleo, el crimen, el rezago educativo, la violencia, las elevadas tasas de abandono escolar, la alta ocupación de trabajos peligrosos y mal pagados o, en el extremo, darle voz a esos hombres que coquetean furtivamente con la idea de quitarse la vida.
Si hablamos de todo esto, quizá en unos años, Google finalmente decida personalizar su buscador para felicitarnos en el Día Internacional de los Hombres, y más adelante, los políticos se animen a hacer bien su trabajo y reivindiquen esa vieja y, por lo visto, anticuada idea de que la justicia social debe ser alcanzada para todos y no solo para la minoría más enfurecida.