No todos los Hombres
Cuando el 1% de los hombres comete el 63% de los crímenes violentos, ¿es razonable culpar al resto?
El 5 de marzo de 2022, Dolores, una joven de 23 años, fue asesinada en la cárcel de una pequeña ciudad costera en el sur de México. La encerraron en la madrugada, pero ya no salió viva.
Sus padres, pareja y amigos lloraron, se enfurecieron y reclamaron. Unos días después, la avenida principal de aquella ciudad, de unas 80,000 personas, se inundó de mujeres con pancartas para exigir justicia.
Como suele suceder en los casos en los que la Policía está involucrada, la versión oficial fue oscura e inverosímil.
“Estaba ebria, se resbaló, se quebró el cuello y murió… nadie lo notó hasta varias horas después”, se leyó en los periódicos, pero, sobra decir, nadie se creyó la pantomima. Yo tampoco.
En realidad, yo tenía una hipótesis que me sabía a certeza: la policía municipal la había matado. Y solo estaba a la espera de los detalles que matizaran la tragedia:
¿Cuántos policías habían participado en el asesinato? ¿Se les había “ido la mano” golpeándola como, no pocas veces, hacen con los hombres por resistirse a una detención? ¿O peor aún: la habían violado antes? ¿En manada?
Por supuesto, nunca cuestioné que los culpables fueran hombres, nada apuntaba a una posibilidad distinta. Incluso sopesé la hipótesis de que su novio estuviera involucrado. Quizá él mismo era policía, o tenía conocidos, o era influyente.
Las pancartas que usaron las mujeres que protestaron y las consignas que proclamaron dejaron claro que ellas tampoco tenían dudas:
“Nos están matando”, “Nadie nos protege”, “Estamos en peligro” gritaban en coro, comprensiblemente enfurecidas.
¿Quién las pone en peligro? -me cuestioné- Los hombres.
¿De quiénes se protegen? De los hombres.
¿Quiénes las están matando? Los hombres, al amparo de sus posiciones de privilegio.
Soy hombre y me sentí avergonzado, pero también me sentí agraviado: yo soy hombre y no haría eso. Es más, estoy dispuesto a apostar que tampoco mis conocidos harían algo así.
Recordé una expresión que vi en algún lugar por esos días: “No me pongas en el mismo saco solo porque ambos tenemos bolas”.
Es cierto, los hombres pueden ser así de perversos, pero no todos los hombres. Es más, ni siquiera la mayoría de ellos, todo lo contrario. Una diminuta minoría de varones psicológicamente insanos, violentos, destructivos y venenosos están arruinando la ya de por sí frágil reputación de los hombres, que desde la década de los 70 ha ido cayendo en picada, cada vez más rápido.
Es injusto, pensé, ojalá hubiera algunas personas en las manifestaciones que portaran pancartas con la consigna “No todos los hombres”, para no perder de vista una verdad básica que suele quedar eclipsada cuando se emplean generalizaciones peligrosas, como “los hombres son violadores”.
“No todos los hombres”, deberíamos decir, porque realmente es así.
Por otro lado, si eres feminista o simpatizas con esta ideología, podrías pensar:
“Pero la mayoría de los crímenes violentos son cometidos por hombres”. Y eso sí que es cierto: se estima que los hombres son responsables de alrededor del 80% de los crímenes violentos en el mundo.
Sin embargo, el hecho de que la mayor parte de los crímenes violentos sean cometidos por hombres no implica que la mayoría de los hombres tengan la personalidad necesaria para cometer esos delitos.
Suponer que todos los hombres son peligrosos porque una minoría lo es, constituye un tipo de razonamiento defectuoso conocido como «falacia de composición».
Este sesgo cognitivo ocurre cuando asumimos que lo que es cierto para una parte de un grupo también es cierto para la totalidad. En otras palabras, atribuimos a un conjunto más amplio las características de una de sus partes.
Por otro lado, la evidencia apunta en la dirección opuesta: apenas una minoría de la población es responsable de casi todos los crímenes. Por ejemplo, en los Estados Unidos, solo el 0.2% de la población masculina es procesada por un crimen violento cada año.
En línea con esto, la Policía de Atlanta estima que apenas 1,000 individuos son responsables del 40% de los crímenes de esa ciudad. Durante una investigación que se extendió por cuatro semanas, 75 hombres fueron acusados, sumando más de 1,800 arrestos combinados.
Esa es más o menos la definición de libro de texto de una vida criminal —explicó Andre Dickens, el alcalde de Atlanta. Los atrapamos, los arrestamos, los condenamos. Pero de alguna manera regresan a nuestras calles y, a menudo, vuelven a comportarse de forma delictiva.
En otras partes del mundo ocurre algo similar. Según un estudio realizado en Suecia, un grupo de investigadores analizó la distribución de condenas por delitos violentos ocurridos entre los años 1973 y 2004, centrándose en delincuentes nacidos entre 1958 y 1980.
“Los resultados indican”, concluyeron los investigadores, "que la mayoría de los delitos violentos son cometidos por un pequeño grupo de delincuentes violentos persistentes, mayormente hombres".
El análisis encontró que apenas el 1% de la población es responsable del 63% de todos los crímenes violentos.
“No todos los hombres” es una expresión muy acertada en estos casos. Pero aun así, no es del todo justa, porque no clarifica la gravedad del enredo:
Mientras muchas mujeres ven en el hombre a un enemigo histórico que las aplasta sin piedad, los datos cuentan una historia diferente: apenas poco más del 1% de los hombres se muestran dispuestos a tomar cualquier vida y cometer cualquier acto para satisfacer sus fantasías más siniestras.
Por otro lado, estos individuos ni siquiera están particularmente ensañados con las mujeres, pues se estima que hasta el 80% de las víctimas globales de homicidio son hombres. Como señalé en este artículo:
“Diversos estudios han demostrado que la mayoría de los asesinatos entre hombres son cometidos por hombres jóvenes solteros, desempleados y de bajos recursos, y sus víctimas tienden a ser también otros jóvenes solteros, desempleados y económicamente desfavorecidos.”
Una manera de ver esto es que estos seres antisociales no son enemigos exclusivos de las mujeres: son una amenaza para la civilización en general.
“El crimen es una cuestión de permitirnos ser rehenes de una minoría antisocial”, expresó Richard Hanania, un investigador y comentarista político. Sin embargo, esto no se limita solo al ámbito físico, es decir, los daños materiales y las vidas que trastocan. También somos presas ideológicas de esta minoría de pandilleros embrutecidos.
Debido a ellos, hoy cualquier hombre puede ser percibido como un depredador en potencia, como un asesino de mujeres, como un pervertido que en lugar de sujetos ve objetos de los que puede disponer para su propio placer.
Hoy, todo hombre, sin importar lo decente que sea, puede ser incluido en la misma categoría que estos individuos, como si por el mero hecho de compartir un sexo compartieran también los mismos deseos, fantasías y potencial de crueldad.
En este sentido, los aparatos ideológicos y mediáticos de los movimientos identitarios deberían ser cuidadosos al elaborar sus discursos para señalar con mayor precisión a sus adversarios.
De otro modo, persiguen la justicia social cometiendo una injusticia social: la discriminación, pues una vasta mayoría de hombres decentes, ordinarios, cuya principal preocupación es salir adelante, son colocados en el mismo nivel que los criminales. Una generalización injusta que socava la identidad y reputación de la mayoría de los hombres que se esfuerzan por vivir de manera justa.
“No todos los hombres” deberíamos continuar diciendo; “no todos los hombres”, en marchas, en protestas, en manifestaciones; “no todos los hombres”, en nuestras conversaciones públicas y privadas; “No todos los hombres”, hasta que esa expresión forme parte de la cultura popular. “No todos los hombres” porque de otra manera estamos permitiendo que unos pocos secuestren la identidad de la mayoría.
Varias semanas después del asesinato de Dolores, la verdad definitiva salió a la luz: fue estrangulada por una policía lesbiana, bien conocida en aquel puerto por su violencia y prepotencia. Hasta la fecha de publicación de este artículo, continúa prófuga. No sentí alivio al saber que el crimen fue perpetrado por una mujer en lugar de un hombre. Cada vida inocente perdida es única y valiosa, y merecen justicia, sin importar el género del agresor o de la víctima.