Hombres de la Periferia: Memorias de un 'Niño Privilegiado'
Mi historia no encaja con la doctrina del Privilegio Masculino. Millones de hombres opinan lo mismo.
I
La idea feminista con la que más me ha costado reconciliarme es la doctrina del privilegio masculino. La razón es que, por más que trate, me resulta difícil aplicarla a mi propia vida. Millones de hombres enfrentan este mismo dilema:
No crecí rodeado de privilegios. Crecí en una familia de clase trabajadora y estudié en escuelas públicas desde el preescolar, hasta la preparatoria. Al llegar a la universidad, unos familiares acomodados ofrecieron pagar mis estudios; de otro modo, no los habría continuado.
Las situaciones particulares de mi infancia tampoco fueron sencillas:
Crecí experimentando abuso físico de manera frecuente (alguna vez llegué a urgencias con la cabeza rota) y presenciando múltiples episodios de violencia física entre la mayoría de los adultos que me rodeaban, conflictos que emergían después de horas de fiesta y alcohol.
Mis dos padres eran alcohólicos. En una ocasión, la policía se llevó a mi padre por las deudas que había adquirido a causa de la bebida. Presenciarlo fue descorazonador.
Desde pequeño, me volví agresivo, y durante la secundaria me involucré en tantas peleas como pude. Las dejé cuando llegué a casa con el rostro inflamado y amoratado, después de pelearme con un muchacho que me superaba en al menos 30 centímetros de altura. Era una secundaria peligrosa. En más de una ocasión, llegó la policía para detener a algunos estudiantes problemáticos.
Comencé a beber a los 16 o 17 años y, debido a mi predisposición genética —y seguramente también a mi infancia—, me enganché muy pronto. Bebí hasta perder la consciencia casi cada fin de semana, un hábito que empeoró cuando entré a la universidad.
Era rebelde y beligerante, y aunque algunos profesores me consideraban un muchacho inteligente, para la mayoría no era más que un estudiante problemático, con nulo interés en las clases. Leía mucho en casa, sobre todo literatura, pero me aborrecía la perspectiva de estudiar cualquier cosa relacionada con la universidad.
Durante un tiempo, mis amigos y yo nos escapábamos de las clases para beber licor barato durante toda la tarde. A veces no llegaba a casa durante días. Extrañamente, no me avergüenza confesarlo, pero 2 o 3 noches dormí en la estación de policías por beber en la vía pública con mis amigos. Infancias turbulentas, juventud y alcohol son una pésima combinación.
II
Al analizar mi vida, me cuesta trabajo identificar cualquier muestra de privilegio que se me haya conferido por el hecho de ser hombre. Ciertamente, durante toda mi infancia no vi rastros de algún pacto entre hombres que me protegiera de los abusos que padecí ni de los que presencié.
Durante mi adolescencia, vi a otros muchachos tan perdidos como yo, algunos mucho más. Y a lo largo de mis años de estudios, fui etiquetado como un estudiante problemático, que fue simplemente ignorado. No se me dio un trato especial ni se acercaron a indagar las posibles causas de mi comportamiento.
Supongo que para la mayoría de las personas es normal que los hombres, a cierta edad, se metan en problemas, comiencen a beber y descuiden los estudios. Lo atribuyen a una falla inherente en su naturaleza (masculinidad tóxica), más que a cuestiones estructurales que afectan la vida de millones de varones.
No hay duda de que hay hombres que viven rodeados de privilegios en prácticamente todas las sociedades. Estos hombres pertenecen a los estratos más altos. Algunos nacieron en familias acomodadas; otros llegaron ahí por cuenta propia. Como fuera, su situación está lejos de representar la experiencia que enfrenta la vasta mayoría de varones que no pertenecen a estos estratos.
Peor aún, la doctrina del privilegio masculino es particularmente nociva para los varones de la clase trabajadora y de los estratos desfavorecidos. Sencillamente, estos hombres se enfrentan a una cultura que los considera privilegiados, mientras experimentan escasez de oportunidades, inseguridad financiera, incertidumbre académica y peligro real en sus espacios de trabajo y vecindarios.
Consideremos el contraste entre la retórica del privilegio masculino y la experiencia vivida del hombre promedio de clase trabajadora:
Algunos investigadores teorizan que una diferencia notable entre las personas de los sectores acomodados y la clase trabajadora es la cercanía del daño físico. En palabras simples, entre más elevada es la posición económica de un individuo, es menos probable que se lastime físicamente. Por el contrario, pertenecer a estratos vulnerables incrementa la posibilidad de experimentar daño corporal desde la infancia.
En comparación con una persona de ingresos superiores, es más probable que los habitantes de los estratos más bajos se involucren en peleas, vivan en zonas o en hogares insalubres, y están mucho más expuestas a los actos criminales; del mismo modo, es más probable que tengan enfrentamientos y sean asesinados por la policía.
Este mismo fenómeno se observa en la mayoría de los países latinoamericanos, e incluso en naciones desarrolladas.
Rob Henderson escribió:
De acuerdo al U.S. Census Bureau, las personas en la base de la escalera social, en comparación con las personas que ganan más de $75,000 dólares al año, tienen 7 veces más probabilidades de ser víctimas de robo, y 7 veces más probabilidades de sufrir agresiones graves.
Aún peor, se estima que por cada persona de clase media alta asesinada, 20 personas de bajos ingresos corren con la misma suerte. La mayoría de ellos son hombres. En México, por ejemplo, del 2018 al 2023 se reportaron 201,088 homicidios. El 88% de esas muertes corresponden a hombres.
Descubrir la relativa ausencia de peligro físico en las clases acomodadas fue una sorpresa para mí. Durante mi infancia, era común tener heridas por involucrarme en juegos peligrosos, por las palizas que recibía en casa, o por las peleas con otros niños.
Durante la adolescencia, sin embargo, la exposición a la violencia aumentó dramáticamente. En las peleas ya no solo había puños, algunos chicos portaban navajas para amedrentar a sus contrincantes o formaban pandillas para enfrentarse a otras pandillas. Estos fenómenos son virtualmente inexistentes en la clases media alta y alta.
Un estudio mencionado por el renombrado psicólogo evolutivo David M. Buss muestra que, hasta los 10 años, la probabilidad de ser asesinados entre hombres y mujeres es prácticamente nula y estable, pero, durante la adolescencia, el asesinato entre varones comienza a despuntar, alcanzando su punto más alto a los 20 años. A esa edad, un hombre tiene 6 veces más probabilidades de morir asesinado que una mujer.
En México, la situación es similar, pero la estela de la muerte se prolonga aún más:
Desde los 15 a los 44 años, la principal causa de muerte entre hombres es el homicidio. En el caso de las mujeres, el homicidio no figura como causa principal de muerte en ningún rango de edad.
III
Cuando era adolescente, un tío que vivía en una periferia fue emboscado por un grupo de delincuentes al regresar a su casa después del trabajo. Mi tío se defendió y consiguió eludir el ataque, pero en el enfrentamiento murieron dos de los asaltantes, y él quedó gravemente herido. Consiguió llegar a su casa caminando, pero unas horas después, la policía lo detuvo y lo encerró durante toda la noche, sin atención médica y aún con las heridas expuestas. Sobrevivió de milagro.
Es cierto que la mayoría de los asesinatos son cometidos por otros hombres. Las estadísticas no dejan lugar a dudas: globalmente, se estima que más del 80% de los asesinatos son cometidos por hombres, y el 80% de las víctimas son otros hombres.
La violencia física y sus manifestaciones extremas, como el homicidio, son un monopolio casi exclusivo de los hombres. Sin embargo, lo que resulta verdaderamente impactante es que estas formas de violencia son un fenómeno mayoritariamente asociado con las clases sociales desprotegidas. Los habitantes de la elite oyen de eventos como el de mi tío a través de las noticias o el cine.
Un estudio publicado en el Journal of Urban Health demostró que los habitantes de zonas en donde el 20% de los residentes viven en condiciones de pobreza tienen 100 veces más probabilidades de ser asesinados, en comparación con quienes habitan vecindarios en donde menos del 10% de las personas viven en condiciones de pobreza.
Esa es una de las infamias más notables de la doctrina del privilegio masculino: se concentra en los beneficios que rodean a la minoría de hombres de las clases privilegiadas, mientras ignora los desafíos que enfrenta el grueso de los varones de los sectores vulnerables.
En el extremo del cinismo y la ignorancia, incluso hay personas que, ante esto, responden: “Son hombres matando a otros hombres”, como si eso fuera evidencia de que los hombres son inherentemente violentos. O peor aún, emplean este argumento como una suerte de grotesca justificación: si un hombre mata a otro hombre, es aceptable, pues está en su naturaleza.
Los estudios demuestran que, en efecto, los hombres tienen una capacidad para la violencia significativamente mayor que las mujeres. Esta notable diferencia, especulan los científicos evolutivos, podría deberse a nuestro pasado histórico como cazadores-recolectores:
Durante 2.5 millones de años, los hombres se encargaron de proteger y proveer a sus comunidades con recursos para asegurar su supervivencia, a menudo enfrentándose a otros grupos rivales y organizándose para cazar a otras especies. Este prolongado período de tiempo habría desarrollado una proclividad hacia la agresión en la psicología masculina, pero también habría preparado al cuerpo masculino para hacerlo más eficiente en combate.
Por ejemplo, en comparación con las mujeres, los hombres:
Tienen un 61% más de masa muscular corporal, un 75% más de músculos en la parte superior de los brazos y un 91% más de fuerza en la zona superior del cuerpo.
Poseen más ‘fibras musculares de contracción rápida’, responsables de la potencia y la fuerza explosiva
Son más altos y pesados, tienen huesos más fuertes, y la mandíbula y la piel más gruesa.
Aunque hoy nos enfocamos casi exclusivamente en los efectos negativos de la agresión masculina, hay evidencia suficiente que a punta a que este comportamiento tuvo una importancia positiva capital en el desarrollo humano.
Esto, desde luego, no sugiere que el hombre moderno sea igual de violento que nuestros bárbaros antepasados, pero sí sugiere que esta proclividad está latente en algunos varones, y es más probable que se manifieste si encuentra las condiciones adecuadas.
Algunas de estas condiciones podrían incluir crecer en familias inestables, vivir en barrios peligrosos o experimentar abuso o negligencia durante la infancia. Circunstancias mucho más comunes de encontrar entre los habitantes de estratos desfavorecidos.
Diversos estudios han demostrado que la mayoría de los asesinatos entre hombres son cometidos por hombres jóvenes solteros, desempleados y de bajos recursos, y sus víctimas tienden a ser también otros jóvenes solteros, desempleados y económicamente desfavorecidos.
O como escribió de manera elocuente el psicólogo Michael Gurian:
“… El hombre más peligroso no es aquel que es fuerte, agresivo y exitoso; el hombre más peligroso es aquel que está deprimido, incapaz de formar una pareja o criar hijos con éxito, incapaz de ganarse la vida o de cuidar de sus hijos. El hombre más peligroso no es aquel que tiene poder, sino el que se siente impotente.”
Esto abre una posibilidad interesante:
Deberíamos dejar de considerar a los hombres como criaturas irremediablemente violentas, y comenzar a proteger a los niños y adolescentes en condiciones de vulnerabilidad, de modo que en la medida de lo posible, no recurran en su juventud, a la violencia como estrategia para adaptarse a su entorno.
Esto implica, por supuesto, abandonar la doctrina del privilegio masculino. Mientras sigamos viendo a los hombres solo a través de la lente del poder y la dominación, seguiremos ignorando las graves dificultades que millones de ellos enfrentan todos los días.
Parte 2:
El Sacrificio de la Clase Trabajadora
Esta es la segunda parte de un artículo sobre las contradicciones de la doctrina del Privilegio Masculino. Parte 1.