Hombres: Tóxicos, Privilegiados... ¿ y Desechables?
Las actitudes hostiles hacia la masculinidad se han normalizado en el discurso público, lo que oculta los graves problemas de violencia que afectan a millones de hombres en América Latina.
¿Cuánto vale la vida humana? ¿Vale más la vida de los niños que la de los adultos? ¿La de las mujeres que la de los hombres?
Aún cuando se dice que en una sociedad patriarcal, la vida de los hombres es más valorada que la de las mujeres, en realidad, en múltiples instancias lo opuesto es la regla.
En 2014, el grupo terrorista Boko Haram secuestró a 276 niñas en Nigeria. Millones de personas se manifestaron alrededor del mundo usando el hashtag #BringBackOurGirls para exigir su liberación inmediata.
Gracias a la movilización masiva y la presión mediática, por fortuna, la mayoría de las niñas fueron rescatadas.
Simultáneamente, se estima que unos 10,000 niños y hombres han desaparecido a causa de este mismo conflicto. Sin embargo, ante esto el mundo permanece en silencio.
Fenómenos parecidos ocurren en nuestras latitudes:
En El Salvador, el presidente Nayib Bukele se hizo célebre por reducir casi a cero los homicidios durante su mandato, luego de imponer un régimen de hierro contra todos los pandilleros de su país.
Decenas de miles de mareros se encuentran encerrados en una moderna mega prisión, rodeada por muros de concreto de 11 metros de altura.
No obstante, en su afán de cumplir su promesa, Bukele arrastró consigo a miles de hombres inocentes a quienes les prodiga el mismo trato que a los delincuentes.
Bajo este régimen, al menos 5,000 jóvenes, adultos y ancianos inocentes han sufrido numerosos atropellos a sus derechos humanos más fundamentales. Centenares han muerto.
Varios medios le dieron cobertura a estos abusos, pero la noticia no genera suficiente interés. ¿Será que el silencio se debe a que la mayoría de las víctimas son hombres y no una minoría social oprimida?
En México, las cosas no son distintas. Desde hace años, el país permanece inmerso en una guerra contra el narcotráfico. Durante ella han muerto unas 350,000 personas. Se estima que hasta el 80% de esas víctimas son hombres.
En 2023, se registraron 31,062 homicidios; de ellos, 27,221 fueron hombres.
Y, sin embargo, los medios, las organizaciones humanitarias y los políticos a menudo ignoran a las víctimas masculinas y se concentran en los crímenes que afectan a los grupos minoritarios.
«Nos están matando» se lee con frecuencia en las pancartas empleadas en numerosas manifestaciones. Si esta dolorosa cuestión se redujera solo a números, los hombres tendrían el derecho a reclamar esta consigna.
México ocupa los primeros lugares en las listas de los países más mortíferos e impunes de América Latina. Sin duda es un país peligroso para las mujeres y cualquier otra minoría. No discuto eso. Mi punto es sencillo:
México es un país peligroso para todos. Y, en el caso de los homicidios, los datos cuentan que es particularmente peligroso para los hombres.
Esto no es trivial. Aunque los hombres son asesinados a tasas más elevadas, se sigue perpetuando la idea de la figura masculina como privilegiada, tóxica y peligrosa para los demás grupos sociales.
La idea de que México es un país en el que los hombres están «ensañados» con las mujeres y otros colectivos es una abstracción errónea que, en parte, se explica porque la mayoría de los criminales son hombres.
No obstante, suponer que todos los hombres son peligrosos porque una minoría lo es, constituye un tipo de razonamiento defectuoso conocido como «falacia de composición».
Este sesgo cognitivo ocurre cuando asumimos que lo que es cierto para una parte de un grupo también es cierto para la totalidad. En otras palabras, atribuimos a un conjunto más amplio las características de una de sus partes.
Es cierto que la mayoría de los criminales son hombres, pero de ninguna manera la mayoría de los hombres lo son.
De hecho, la criminalidad sigue el principio de Pareto, según el cual la mayoría de los resultados provienen de una minoría de causas.
Un conocido estudio encontró que el 1% de la población, mayoritariamente hombres de entre 18 y 24 años, son responsables del 63% de los crímenes violentos.
Este fenómeno es tan prevalente a lo largo del mundo que dio origen al concepto del “Síndrome del varón joven” (Wilson y Daly).
Robert Henderson escribió sobre esto que:
Las estadísticas de crímenes de Australia, Brasil, Canadá, Dinamarca, Alemania, México y el Reino Unido muestran todos el mismo patrón básico. En cada una de estas sociedades, los jóvenes varones son, con mucho, los más propensos a ser tanto los perpetradores como las víctimas de asesinatos.
Sin embargo, nos equivocaríamos al afirmar que, dado que la mayoría de los crímenes son cometidos por varones jóvenes, todos los hombres de esa edad son peligrosos, o aun peor, criminales.
La delincuencia y la criminalidad no son el resultado de la masculinidad tóxica, o de la impunidad que otorga la cuestionable idea del privilegio masculino; en cambio, son la consecuencia de múltiples factores, entre los que cuentan las condiciones sociales, y estructurales en los que crecen y proliferan los individuos.
No es casualidad que las zonas más peligrosas de una ciudad a menudo sean también aquellas en donde la pobreza y la falta de oportunidades son mayores. Barrios bajos, les llamamos.
No sugiero, desde luego, que las circunstancias justifiquen los actos criminales; lo que digo es que, en el México de hoy, las cosas se retorcieron:
La conversación pública pasó de presionar al gobierno para que cumpla sus responsabilidades a culpar a los hombres.
Esta siniestra retórica contribuye a que los problemas que padecen los varones sean ignorados, pues, ¿a quién le interesa ayudar al grupo que es percibido como opresor?
Retratar a los hombres como tóxicos y privilegiados es injusto y peligroso. Es injusto porque, al mismo tiempo que los varones se ganan el desprecio popular en diversos frentes, también son ellos los principales receptores de la violencia y el crimen.
Es peligroso porque adoptar la narrativa del privilegio masculino implica aceptar que los hombres no sufren desventajas ni enfrentan problemas estructurales, algo que no concuerda con la realidad:
En todos los países latinoamericanos, los hombres padecen problemas que son tan merecedores de atención como los de cualquier otro grupo, pero la narrativa hostil que se ha construido en torno a la figura masculina impide que sus necesidades sean reconocidas.
A continuación, enlisto ejemplos particulares de México:
La esperanza de vida promedio de los hombres es de 72 años, mientras que la de las mujeres es de 78 años (2022)
El homicidio es la principal causa de muerte en hombres de entre 25 y 44 años
8 de cada 10 suicidios ocurren entre varones
Los hombres son más proclives a volverse adictos a las drogas duras (marihuana, cocaína, crack y heroína) y morir de adicción
Entre el 80 y 90 % de los las personas en situación de calle son hombres
Alrededor del 67% del trabajo infantil es realizado por niños y adolescentes.
Ahora bien, ¿es apropiado ignorar las necesidades de los hombres solo porque el discurso popular proclama que son tóxicos y privilegiados? ¿Cómo compaginamos con la realidad la retórica del privilegio masculino si la evidencia muestra que, en numerosos frentes, los hombres padecen tanto como otros grupos?
Y lo más importante: ¿Cómo logramos que las necesidades masculinas formen parte de la conversación pública?
Vivimos unos tiempos estridentes y distorsionados en donde aquellos que más ruido hacen al expresar sus inconformidades son más tomados en cuenta.
Quizá sea momento de que los hombres se unan al debate público y expongan sus desafíos; de otro modo, corremos el riesgo de que los demás grupos continúen distorsionando la identidad masculina a través de una propaganda hostil que recurre a argumentos cuestionables como el privilegio masculino y la masculinidad tóxica.
Una narrativa peligrosa que facilita aún más la de por sí arraigada costumbre de subestimar las necesidades de los hombres.
Dominique Pélicot: el retrato Psicológico de un Depredador Sexual
Dominique Pélicot es un hombre de 74 años, habitante de Mazan, un pequeño pueblo ubicado en Francia. Se retiró allí con su esposa Gisèle Pélicot de 72 años, con quien llevaba casado 50 años.
Hola, estimado José: Publiqué un enlace a este artículo en mi perfil público de Facebook porque me parece muy enriquecedor para las personas que me leen, pero en automático me apareció un mensaje donde me decía que dicha publicación «podía infringir sus normas porque es un lenguaje que incita al odio». No cabe duda que, cada vez será más difícil poder expresarse con libertad.
No guardemos silencio.